El alcoholismo es una enfermedad
Es muy frecuente que los alcohólicos que vienen a la consulta nieguen serlo. A veces, su familia está destrozada, han perdido el trabajo, presentan mil trastornos (náuseas, temblores, falta de apetito, etc.) por culpa del alcohol y, a pesar de todo, niegan ser alcohólico.
¿Por qué no aceptan la palabra alcohólico? ¿Qué pasa con esta palabra?
En primer lugar, pasa que tiene una gran carga emocional. La palabra alcohólico es casi un insulto. Y a nadie le gusta que le insulten. ¡Demasiado sabe el alcohólico que lo que a él le pasa es que bebe en demasía! Pero si encima viene alguien y le suelta la palabreja en cuestión, el alcohólico reacciona generalmente de mala manera. Y es que el alcohólico se siente culpable por serlo y, al decirle que lo es, lo que hacemos es hurgar en su herida, hacerle daño. Y, claro, él reacciona con una violencia proporcional a su dolor.
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Pero, sin embargo, hay que decírselo, porque es menester llamar a las cosas por su nombre. Al alcohólico hay que decirle que lo es. Pero, al mismo tiempo, hay que hacerle ver que él no tiene la culpa, y que no debe sentir vergüenza alguna.
¿Por qué?
Pues porque el alcoholismo no es una cuestión moral. El alcohólico no es un canalla ni un mal hombre. El alcohólico es un enfermo. El alcoholismo es una enfermedad.
Se me dirá que el alcohólico no trabaja, que pega a su mujer, que se vuelve brutal y egoísta, que se destroza a si mismo y a los suyos, y que quien hace eso es porque es un sinvergüenza. Pero las cosas no son tan sencillas. Todo eso que hace el alcohólico (y más) no lo hace él libremente. Todo eso es consecuencia del alcoholismo. Muchas personas que padecen otras enfermedades también se vuelven brutales y dejan de trabajar y destrozan su vida. Pero comprendemos que son enfermos y que no actúan libremente. ¿Acaso diríamos que un tuberculoso es un sinvergüenza? A ver que les parece estas frases, puestas en la boca de la esposa de un tuberculoso:
– Mire usted, doctor, esto ya no hay quien lo aguante. Ya ni trabaja, se pasa el día en la cama, estamos en la miseria. En cuanto lo dejo sólo se me pone a escupir sangre el muy sinvergüenza. ¡Y a pesar de que sabe que me hace sufrir, no para de toser.
Les parecen absurdas, ¿verdad? Está clarísimo que el tuberculoso es un enfermo y no tiene la culpa de toser. ¿Qué más quisiera él que poder no toser?
Pues bien, yo afirmo: en el fondo de su alma, a pesar de todo lo que diga <<de boquilla>>, el alcohólico anhela poder dejar de beber. ¡Qué más quisiera él! ¡Qué más quisiera reintegrarse en la sociedad! ¡Qué más quisiera que el respeto y el cariño de su familia!